To be redeemed from fire by fire. (T.S. Eliot, “The Little Gidding”, 1942)
“Andamos en llamas”, decíamos. Siempre consumidos por el atareo férvido de las ocupaciones mínimas. Por el brillo luciferino de la talacha existencial. Nos hacíamos las fogosas, las lumbreritas. Nos calentamos los unos a los otros. Todes humeantes. Hasta que nos tocó la prueba de fuego.
En llamas es una reunión de posturas dispares frente a un panorama —un entorno inmediato, un ambiente medio, pero también un entramado de contratos, costumbres, creencias— chamuscado. Sistemas políticos en combustión espontánea, ecosistemas calcinados, negligencias que explotan, erupciones sociales, quemazón espiritual. Planeta bonzo.
Doce artistas abordan la persistencia de la creación en medio de la destrucción. Zarzas encendidas sin consumirse. Esa persistencia puede ser ritual (Lorena Ancona y Felipe Luna), o ser resistencia (Frieda Toranzo Jaeger y Cristian Franco), o ser representación (María Sosa y Noe Martínez). Puede ser registro (Mano Penalva, Oscar Santillán, Tania Ximena y Enrique López LLamas) o ser revuelta (Julieta Gil and Bárbara Sánchez-Kane). Fuego contra fuego.
No hay elemento más evocativo y más contradictorio que el fuego: abraza y abrasa. Destruye pero alimenta. Consume pero purifica. El fuego de las pequeñas catástrofes y los infiernos cotidianos versus el fuego primordial del erotismo y el alumbramiento creativo, casi místico. El llano quieto y fumoso tras la conflagración. El fuego de los apetitos mundanos, y la llama eterna de la insatisfacción que nos consume. El fuego fatuo de nuestra insignificancia, de ser puro humo y pura hulla. Todo esto, contenido pero encendido en estos 57 metros cuadrados. Si abrimos la puerta o la ventana, igual se escapa y lo quema todo.