El inicio de La Mano Negra se basó en gran parte en una conversación que Rubén Ulises y yo tuvimos sobre la influencia del anime en una generación más joven de artistas. Crecer mirando cosas como trash y pulp, anime, kung-fu y fantasía se tradujo en formas más maduras de pensar sobre lo sobrenatural y cómo eso podría usarse para desafiar las estructuras de poder o proporcionar caminos fuera de la norma. Desde entonces, esta conversación inicial se ha destilado en esta exposición, de prácticas contemporáneas que se asientan en lo divergente, en las fuerzas que actúan debajo de una manifestación física, que buscan entendimientos alternativos de ecuaciones establecidas.

La Mano Negra es una exposición que reúne a siete artistas que utilizan un enfoque fetichista de sus prácticas, dotando de significado a los objetos inanimados a través de la transformación de la materia. Aislar un material, objeto, imagen o símbolo en una obsesión talismánica, o utilizar esa fijación para subvertir la definición de un símbolo. Esta selección de esculturas y videos son objetos rituales y reflexivos, logrando expansión a través de formas abreviadas. Las obras utilizan la presencia sin forma para manifestar la expresión de cada artista. Aunque tal vez no estén de acuerdo, están creando economías alternativas de espiritualidad, cambios en el espacio esotérico hechos con intervenciones materiales.

El nombre La Mano Negra es utilizado por varios grupos insurgentes y del crimen organizado en varias partes del mundo. Sus acciones no se ven, pero están marcadas por un reclamo de responsabilidad.

Resistiendo narrativas aplanadas, Bárbara Sánchez-Kane modifica el logo de Pemex -un águila con una gota de aceite- en un juego de testículos, añadiendo a este símbolo de identidad nacional un par de tacónes inspirados en la surrealista Meret Oppenheim. Sánchez-Kane utiliza esta colisión para desafiar las estructuras de poder de género y las identidades palimpsésticas.

Texto por Yeni Mao