La exhibición fue muy precisa: un video y un par de esculturas articulaban una crítica de las imposiciones del género, el siniestro rol de la milicia en la vida de lxs mexicanxs, así como el glamour y la atracción que genera la estética autoritaria. El video quizá articulaba ésto más claramente. Un grupo de soldados reales marchaba y realizaba los clásicos movimientos de los desfiles militares en un irreconocible lote baldío en la ciudad. Desde lejos, en sus uniformes verde olivo, parecen las figuras de autoridad híper-masculinas y violentas que patrullan todo México, pero de cerca, son tan absurdos y arbitrarios como el control que tienen sobre el país: sus caras están cubiertas de máscaras que parecen funerarias, para esconder su identidad, tienen rosas en sus bocas, la visera de sus gorras crece hasta colgar varios centímetros sobre sus frentes y como insignia tiene una pequeña vagina de tela, sus traseros están expuestos en su lencería roja y coqueta. Estos soldados están al mando de un grupo de hombres con los ojos vendados, y el título alude al hecho de que son descartables, cuerpos precarios listos-para-usar.
En el espacio de la galería, el video estaba acompañado de una impresionante escultura: tres figuras militares, vestidas también en los uniformes subvertidos de Sánchez Kane, estaban unidos por un asta bandera dorada que entraba y salía de sus anos y bocas. De su entrepierna, crecía una medalla erecta que terminaba con un compacto de maquillaje adornado con el logo de Sánchez Kane —una referencia a la prevalencia, la constante disponibilidad de discursos patriarcales y nacionalistas, infiltrados en todos los hogares como productos de catálogo. Las caras doradas de los soldados ensartados fueron creadas a partir de un molde del rostro de la misma artista, aludiendo al rol que jugamos en sostener a nuestras figuras de autoridad. Las formas en las que los uniformes militares reflejan nuestra propia tendencia a la uniformidad: la alta moda y los micro-trends también funcionan como marcadores de identificación y diferencia, la ropa es la primera capa a través de la cual leemos y juzgamos a otrxs y a nosotrxs mismxs. La crítica de la masculinidad autoritaria y la violencia que ésta causa, se completaba en la exhibición con un uniforme sellado al vacío, doblado y perfectamente plano —un comentario claro sobre su ready-to-wear-ness, lo listxs que estamos para aceptar el orden autoritario sobre nuestras vidas, pero también sobre la naturaleza siniestra de ese poder, de sus inevitables vínculos al dinero inescrutable, al lavado.